Pobreza rural mapuche:
Cuando las cifras engañan
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Héctor Alonso. |
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Carlos Huaiqui . |
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Ceremonia de rogativa mapuche en la VIII Región (foto facilitada por Héctor Alonso Pichún). |
La pobreza indígena bajó de casi un 30% a un 19% en los últimos tres años; la pobreza rural es por primera vez menor a la urbana; y la Región de la Araucanía dejó de ser la más pobre del país. ¿El gran triunfo del pueblo mapuche, reconocimiento tardío a nuestros pueblos originarios, o un simple espejismo?
En junio, el Ministerio de Planificación dio a conocer la Encuesta de Caracterización Socioeconómica (Casen) 2006 que, en cuanto a cifras, llegó cargada de buenas nuevas con respecto a la última realizada en 2003: la pobreza nacional bajó en cinco puntos porcentuales, ubicándose en un histórico 13,7%; el coeficiente de Gini bajó de 0,57 a 0.54; todas las regiones lograron mejorar sus estadísticas en la materia y la población indígena logró reducir en casi un diez por ciento la incidencia de la pobreza. Como dato importante, también quedará en el registro que por vez primera la pobreza rural es menor a la urbana.
Ante tal panorama, una conclusión lógica indicaría que la población indígena residente en zonas rurales debería estar sacando cuentas alegres. Más aún si consideramos que la Región de la Araucanía (que según el Censo registra la mayor cantidad de población mapuche en el país) dejó de ser la región más pobre de Chile, otorgándole aquel triste privilegio a la del Biobío. Sin embargo, la realidad dista de tener ese cariz.
El problema de la tierra
El pueblo mapuche (que según el Censo 2002 representa el 87,31% de la población indígena en nuestro país, con 692.192 personas) tiene motivos de sobra para no alegrarse tanto ni derrochar optimismo ante las cifras entregadas por el Ministerio de Planificación y Cooperación (Mideplan). Y es que sigue existiendo una marcada diferencia entre la pobreza indígena y la no indígena; no sólo en cuanto a cifras, sino que fundamentalmente en lo que respecta a desarrollo de oportunidades, libertades y capacidades personales. Y aún cuando el Gobierno, actualmente, pareciera estar haciendo esfuerzos para solucionar la pobreza de los pueblos originarios, el problema es de raíz. En este intento, se ha dejado a un lado el valor más importante de todos: el respeto a las libertades humanas, a través del aprovechamiento y silenciamiento de ellos.
Pablo Marimán, profesor de historia que ha integrado las organizaciones Admapu y la Coordinación de Organizaciones e Identidades Territoriales Mapuches, señala en su ensayo “Los mapuche antes de la conquista militar chileno-argentina” (publicado en el libro “¡…Escucha, winka…!” el año pasado) que “uno de los impactos más resentidos por la sociedad mapuche fue la pérdida de sus tierras. Desde el sur de Biobío y hasta Chiloé eran 10 millones de hectáreas las que fueron reconocidas a través de 28 parlamentos con la Corona española, y el de Tapiwe en 1825 con la República de Chile. Sin embargo, el proceso de radicación indígena llevada a cabo desde el año 1884 y hasta 1930, dejaba en posesión de éstos solamente 500 mil hectáreas”.
Héctor Alonso es, desde hace poco, coordinador técnico local del Programa Orígenes, de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi) en la comuna de Panguipulli, Región de Los Lagos, aunque confiesa que preferiría ser identificado como un mapuche más. Y es que las relaciones del pueblo mapuche con el Ejecutivo, como era de esperarse, no es de las mejores. Para él, las manifestaciones de pobreza en este segmento de población, entendiendo la multiplicidad de factores que la explican, puede ser abordado también como una relación directa con el trato histórico que se ha recibido por parte del Estado, “una vez que éste decide irrumpir en territorio mapuche, utilizando distintas estrategias que camuflan el interés de apoderamiento de este espacio de tierra, como una veta que permitiera a futuro afianzar la sensación de tranquilidad y el devenir económico del país mediante la explotación, concretizada con la llegada de colonos a estos sectores hacia el 1900”.
Consultado por las estrategias que señala que el Estado habría usado históricamente, Alonso es enfático: “El desgaste y división interna de ‘indios amigos’ peleando contra ‘indios enemigos’, evitando al máximo la intromisión directa de tropas salvo alguna que otra batalla hacia el alzamiento de 1861”, agregando que “ el avance sostenido en la conquista del territorio, la fundación estratégica de ciudades, el establecimiento inmediato de los latifundios al amparo legal y de las armas, entre otras, fueron configurando un esquema tal, que en algún momento el mapuche se ve obligado o es seducido a ceder, entre otras cosas, su bien principal: las tierras”.
Paralelo a ello y una vez afianzado el dominio en la Araucanía, se complementa el proceso con las famosas leyes de radicaciones, empujando a estos primeros habitantes hacia los márgenes litorales y precordilleranos, como puede comprobarse en la franja costera que comprende desde la Región del Biobío a la de Los Lagos.
De esa forma y bajo otras cuantas truculencias, como los arriendos de terrenos por cien años, firmas robadas o entregadas en estado de borrachera, apropiamiento por la fuerza, o el uso del papel versus la palabra empeñada típica del mapuche, va transformando a este pueblo netamente ganadero en la época de las luchas por la independencia, a uno de estilo de agricultura arcaica y mal copiada, con insumos, conocimientos y tecnología insuficiente, en espacios reducidos y poco productivos. A esto se le deben sumar las necesidades crecientes, producto del proceso de asimilación de todos lo que la cultura dominante hacía pesar de manera muy marcada, como aún se aprecia en el denostador tono de voz cuando se hace referencia al “indio”. Un proceso que bien explica Carlos Huaiqui, presidente de la comunidad indígena del asentamiento de Millongue, en el Biobío: “Para empezar, el sistema de vida con la monogamia en reemplazo de la poligamia, también los sistemas de vivienda y de educación, aspectos religiosos, cambio gradual en las nociones de lo ‘bueno y lo malo’… entre otras muchas cosas más”, reclama.
El enfoque de Gobierno
Conviviendo con estas dificultades, que desde siempre han situado al mapuche como el espectro social más pobre en casi cualquier tipo de medición social, se encuentran a su vez las políticas totalitarias implementadas por los gobiernos desde el siglo XX, en las cuales no se hace un tratamiento especial para este pueblo ni para los otros existentes, “salvo las políticas inclusivas en el sentido de absorbernos definitivamente a la vida socioeconómica y cultural chilena o socialmente aceptada” afirma Alonso. Además agrega que, al respecto, la Constitución del ‘80 es muy clara cuando se plantean conceptos como el unitarismo o el sentido de nación y que aún se manifiestan concretamente en organismos públicos vinculados al agro como es el caso del Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap), que aunque sus usuarios o “clientes” forman una lista larga de apellidos del estilo Necul, Huenupil, Catrilaf, Quintumán, por citar algunos, “en ninguna parte o al menos en la práctica se encuentra un tratamiento especial, con énfasis o revitalizaciones de aspectos positivos, sino que todos son medidos por la misma vara y por ende ingresados al mismo saco, donde también se encuentra el dueño de fundo, el parcelero y por qué no el pequeño campesino, que comparte las mismas penurias del mapuche con malas y escasas tierras”.
En el discurso del 21 de mayo, la Presidente señaló que “una mayoría de dos tercios de la población indígena vive en las grandes ciudades, por lo que un gran desafío de futuro es emprender una política indígena urbana”. Y es que gran parte de la población mapuche, considerando la poca productividad de sus reducidas y adjudicadas tierras, y tomando en cuenta que los lazos familiares de vivir en una misma comunidad casi se han perdido, han optado por migrar a la ciudad. Y así lo demuestra el 30,3% de población indígena que según el Censo 2002 viven en la Región Metropolitana. Allí, el mapuche claramente “juega de visita”. Es discriminado, su sueldo es menor y corre con desventaja en cuanto al conocimiento de la producción urbana.
Álvaro Rivas, recientemente renunciado Gobernador de Arauco, tuvo que lidiar muchas veces con indígenas y defiende, por su parte, lo hecho desde el Ejecutivo: “La temática mapuche se ha venido trabajando sistemáticamente en los gobiernos de la Concertación, y se ha avanzado considerablemente. No nos olvidemos que para el 2007, la Presidenta aumentó el presupuesto en un 36% para el tema indígena, y yo creo que hemos llegado a un entendimiento muy aceptable.”
¿De qué pobreza estamos hablando?
La pobreza mapuche tiene su origen en las acciones de Estado. Así al menos lo entiende José Necul Necul, mapuche residente en Lebu y que actualmente se encuentra cesante. “ La culpa es del Estado, en el sentido de absorber completamente a los pueblos originarios mediante sistemas de expropiaciones en un primer momento y el encasillamiento geográfico posterior, donde la abundancia no es precisamente el centro del asunto”, así como “de políticas integradoras, sin hacer el esfuerzo de comprender la forma y el enfoque de acumulación, idiosincrasia o cosmovisión del mapuche, con matices distintos al constante deseo de acumulación de capital que busca el ‘huinca’”, afirmó.
Y es que la tierra para el mapuche representa más que el simple cultivo o la productividad que interesa al chileno. Permite la vida en comunidad, el cumplimiento de las tradiciones, las costumbres y ceremonias. Se vincula también con el medio ambiente, su espiritualidad y religiosidad, fundamentales para los peñis. En las tierras está la historia, la enseñanza y el sentido de todo un pueblo.
Para Alonso “si los indicadores socioeconómicos permanentemente nos desfavorecen, ¿se ha planteado en algún momento la pregunta del por qué? Y más aún, teniendo las respuestas claras desde cualquier factor de análisis, ¿se han tomado medidas contundentes para revertir esas situaciones, salvo paliativos que nos acallan por un rato”, acompañadas según Alonso “obviamente por previas represiones y encasillamiento en el adjetivo de ‘terrorismo’ o mediante prolongadas y desgastantes negociaciones” cuestiona el peñi.
Lo cierto es que los suelos entregados en la redistribución a los mapuches por parte de Gobierno son malos. Principalmente se ubican en sectores de precordillera, cordillera o secano interior. Es decir, con pocas aptitudes agrícolas, que debieran ser más bien destinados a ganadería o forestación. Ello sumado a la falta de conocimientos de más de un cultivo, la existencia de puros minifundios (poca tierra y falta de riego), malos sistemas productivos, agotamiento del suelo o mal uso de éste, claramente ha terminado por perjudicar al pueblo mapuche, haciéndolos pasar de ser un pueblo históricamente rico, a uno que lucha por salir de las penumbras.
Si siguiéramos la propuesta de acabar con la pobreza del norteamericano Jeffrey Sachs, nuestro país está haciendo un gran trabajo con el pueblo mapuche: los ha impulsado a entrar en la “escalera del desarrollo”, y será cosa de tiempo ver a varios de ellos entrando a la lógica de mercado imperante. Si, por el contrario, entendemos la pobreza bajo el esquema de Amartya Sen, como la carencia y la privación de libertades, capacidades, oportunidades y realizaciones; no se ha avanzado… para nada.