NACIONAL
Vicios públicos, lucro privado
La fiesta del consumo
Juntos y además revueltos

Santiago hace agua por todas partes, y no hay plata para secarla

Una Venecia subdesarrollada

No importa si caen quince o 120 milímetros de lluvia: Santiago no hace distingo alguno y se inunda sin asco, arrasando con casas de todos los valores y convirtiendo a la ciudad en una inmensa laguna, donde los botes y los zodiacs reemplazan a los autos, muchos de ellos ocultos bajo el agua.

Las inversiones necesarias para la instalación de los colectores que solucionarían en gran medida el problema suponen una inversión similar a la aplicación de tres planes AUGE, y significaría que las tarifas sanitarias aumentarían notoriamente su valor mensual.

por Diego Zúñiga

Puede resultar irónico, pero es cierto y lo comprobó todo Santiago tras las lluvias de junio que casi "asfixiaron por inmersión" a la capital: muchas construcciones levantadas en pleno siglo XXI sucumbieron ante la imposibilidad de evacuar el exceso de agua, mientras los vetustos edificios del casco viejo santiaguino sobrevivían incólumes al azote de la naturaleza.

Y todo, porque un siglo antes, en 1902, el Consejo de Higiene de la ciudad detectó fallas en las acequias por las cuales circulaban las aguas servidas. La salubridad de la población estaba en peligro, y los olores que aparecían en el verano dejaban asqueadas hasta a las moscas.

En 1903 el Congreso despachó la ley que permitía al gobierno del Presidente Germán Riesco hacer la inversión de diez millones de pesos -una monstruosa cifra de dinero en esos tiempos- para la construcción de los alcantarillados necesarios que solucionaran los problemas, y en 1905 -no es novedosa la parsimonia en la realización de estas obras- comenzaron los trabajos que, fieles a la calma imperante entonces, demoraron todo un lustro.

Esos ductos, que hasta hoy sirven para evacuar aguas servidas y lluvias, han mantenido libre de inundaciones al sector céntrico de la ciudad por años, y en las últimas precipitaciones, las más copiosas caídas nunca en un mes de junio con sus 125 milímetros, funcionaron como si sus más de 90 años no significaran nada.

Pero no toda la capital corre la misma suerte. El crecimiento desenfrenado y sin planificación terminó por colapsar los pequeños desagües que la recorren, casi todos ellos incapaces de transportar grandes flujos de agua, anegando vastos sectores de Santiago.

El Ministerio de Vivienda y Urbanismo reconoce sus culpas en todo este asunto, e incluso el jefe de esa cartera, Jaime Ravinet, señaló que la construcción inorgánica de poblaciones y carreteras, sin los necesarios colectores, simplifican la tarea del agua a la hora de inundarlo todo.

Una prueba de la escasa planificación en este sentido la dio claramente el paso bajo nivel de calle Recoleta con la avenida Américo Vespucio, que de obra recientemente inaugurada pasó a ser una piscina donde convergían líquidos que sus inexistentes acueductos no pudieron captar. En el Ministerio de Obras Públicas (MOP) se excusaron diciendo que los colectores todavía no se empezaban a construir, pero que ya venían. Añadieron que había seiscientos millones de pesos para sacar adelante el pequeño olvido.

Ante tales imágenes, vale la pena preguntarse si las obras que en estos momentos se realizan, como la Autopista Central que cruza desde el río Mapocho hasta el Maipo por el sur, cuentan en sus proyectos con la capacidad de evacuación de aguas suficiente para las necesidades de la ciudad.

El problema no es menor, sobre todo si consideramos que más de la mitad de Santiago carece de captadores de aguas lluvia, y que muchos de los proyectos presentados en 1997 para salvar a sus habitantes de futuras inundaciones, quedaron en el papel: por ejemplo, los colectores de Puente Alto y Gran Avenida, nunca se realizaron.

Para solucionar esta carencia histórica, el gobierno tiene en marcha la realización de un plan maestro, cuyo costo ascendería a los mil 100 millones de dólares, que en cinco años daría una respuesta casi definitiva a los grandes anegamientos a los que hoy estamos tan acostumbrados. Algo que irrita al diputado del Partido Por la Democracia (PPD) Patricio Hales, quien dice que semejante plan es irrealizable, por los costos y los trastornos a que se vería sometida la ciudad. Asegura que una obra como ésa, que supone unos cuatro mil kilómetros de tubos y cañerías, cuando menos demoraría unos 15 años.

El objetivo del proyecto es que al año 2004 sea posible invertir al menos unos 260 millones de dólares en colectores, al tiempo que otros 300 millones quedarían en manos de privados, a través del sistema de concesiones del MOP que ya se realizan en Santiago, como la Costanera Norte.

Pese a todo, la discusión para llevar a cabo ese plan maestro -el enésimo en cincuenta años, considerando que el primero data de 1953- ya tiene demarcadas sus posiciones. Y las dificultades surgen a la hora de estudiar fórmulas para financiar esta iniciativa. Como nadie más quiere impuestos, y Ricardo Ariztía, presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), ya dijo que las empresas no soportan una mayor carga tributaria, se complica el panorama de esta salida. Que los usuarios pagaran el costo implicaría un alza del 30% en las cuentas, lo que de seguro no traerá felicidad a los afectados -que curiosamente, también serán los beneficiados.

Incluso el mismo partido del Presidente Ricardo Lagos, el PPD, ya se declaró en contra de un alza a los impuestos y en las tarifas de las sanitarias. Las opciones que quedan no son muchas, y las que manejan en el MOP incluyen el que todos los chilenos paguen por algo que sólo beneficiará a santiaguinos.

Como sea, Obras Públicas ya invierte varios millones de dólares en la construcción de colectores en la comuna de Maipú. Entre las obras, se incluye la canalización del Zanjón de la Aguada, cuyo lado oriente ya está abovedado en gran parte. La mayoría de esos trabajos estarán finalizados para mediados del año entrante, lo que supondrá un alivio para la populosa comuna del sur-poniente santiaguino.

¿Vale la pena?

Algunas personas perdieron hasta 70 millones de pesos con las aguas que ingresaron a sus hogares. El MOP, en los últimos dos años, ha gastado 23 mil millones de pesos en temporales, mientras el Ministerio del Interior ha debido desembolsar 600 millones y el gobierno reasignar otros quince mil millones.

Si bien es cierto que muchos de esos gastos se habrían evitado de contar Santiago con una adecuada red de colectores de aguas lluvias, los altos costos de la implementación del plan maestro obligan a preguntarse si realmente vale la pena poner todo ese dinero a disposición de los ansiados acueductos. Porque ellos son ansiados sólo en el invierno. Y su construcción supone invertir tanto dinero como si hubiera que hacer tres veces el Plan AUGE.

En el MOP señalan que hay que racionalizar las salidas de dinero, y si uno tiene un peso para gastar, la obligación es ver dónde se le necesita con mayor urgencia. Sin olvidar que la construcción de nuevos desagües implica también aumentar las defensas del río Mapocho, que es el que recibe casi todas las aguas evacuadas de Santiago. Y esos gastos se añaden a la cuenta de este ministerio.

Por ejemplo, el Instituto Nacional de Hidráulica hizo ver que eran necesarios unos mil 100 millones de pesos para las defensas fluviales requeridas en Maipú y Talagante. Sopesando gastos, se optó por no hacerlas.

Los daños provocados por el último temporal dejaron aproximadamente doce mil millones de pesos en pérdidas para el MOP, que deben sumarse a los casi once mil millones que Hacienda le restó a Obras Públicas por diversos conceptos. Si sumamos a esos números negativos las inversiones que requiere la capital, el panorama tiende a ensombrecerse y las cuentas arrojan números rojos.

Pero no todo está perdido, y las obras que hoy alteran el normal vivir de los capitalinos pueden dar algún viso de solución. Sin ir más lejos, los constructores e ingenieros encargados de la Costanera Norte debieron extremar cuidados a la hora de evaluar riesgos de inundación en los túneles que pasarán bajo el lecho del río. Según Diego Savino, Gerente General de la concesionaria a cargo de la autopista, ésta podrá resistir lluvias como las de comienzos de junio sin mayores problemas.

Entre las muchas razones por las cuales Santiago se inunda, según los expertos, está el hecho de que las salidas naturales del agua hoy son calles o construcciones que obstruyen su paso, y añaden que donde antes había tierra capaz de absorber el exceso de precipitaciones, hoy existe pavimento. El líquido se ve obligado a cambiar sus cauces naturales o simplemente a reponerlos... por la fuerza.

Todos están conscientes de que el problema de los colectores requiere soluciones de marca mayor, que no son sencillas de financiar ni de llevar a cabo. Por ahora, lo que resta es salir al paso. El mismo Presidente Lagos trató de exculparse, señalando que a mediados de los ´80 las empresas sanitarias cambiaron su dependencia administrativa y se desentendieron del problema de las aguas lluvia, con las consecuencias que hemos conocido.

Lo que está claro es que, si no se hace nada de aquí a futuro, habrá suficiente agua para -como Pilatos- lavarse las manos.

Hacer colectores... pero hacerlos bien

Avenida Bilbao, límite de las comunas de Las Condes y La Reina, siempre fue un dolor de cabeza para sus vecinos cada vez que las amenazantes nubes cumplían su ciclo y vaciaban el líquido sobre la capital. Hasta que un buen día, ambos municipios se pusieron de acuerdo para construir los colectores necesarios para evacuar las aguas y mantener transitable la calle.

Luego de tres meses de trabajos, y once mil millones de pesos invertidos, se efectuó la inauguración de las obras el 23 de mayo de 1998. Todos felices, todos contentos. Bilbao no se volvería a inundar... hasta 48 horas más tarde.

Una lluvia normal echó por tierra la utilidad de la inversión, demostrando que los trabajos fueron estériles y mal planificados, según sentenció en ese entonces la Empresa de Obras Sanitarias (EMOS). La municipalidad de Las Condes trató de evadir responsabilidades culpando a la EMOS, hoy Aguas Andinas, aunque la planificación y ejecución de las obras estuvo en manos municipales. Joaquín Lavín y Jaime Castillo, alcaldes de esas comunas en 1998, tuvieron un mal pasar por unos momentos y vieron cómo el agua se llevaba esos millones de pesos mal utilizados, junto a las piedras y otros desperdicios que iban calle abajo, por Bilbao.


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