NACIONAL
Vicios públicos, lucro privado
Una Venecia subdesarrollada
Juntos y además revueltos

El gasto y el gusto del carrete juvenil

La fiesta del consumo

Mientras en Chile la oferta de lugares nocturnos se masifica vertiginosamente desde los años 90, los jóvenes buscan el carrete que más se acomode a su estilo de vida e identidad.

por Carmina Rodríguez

Mario, egresado de Diseño, reconoce gastar cerca del 50% de lo que gana en carretear, es decir, unos 160 mil pesos mensuales. "Casi todos los fines de semana salgo, el viernes y sábado, a discotecas, como la Blondie, El Dorado en Suecia o Tantra en Bellavista". En tanto estas fiestas "despegan" cerca de la una de la mañana, Mario cuenta que hay que hacer hora antes de llegar. "Nos juntamos en casa de algún amigo, tomamos algunos copetes, y de ahí nos vamos".

Como vive en El Arrayán, dice gastar bastante dinero en bencina, ya que en su auto pasa a buscar a varios de sus acompañantes. En resumen, si sumamos la bencina, el trago en casa de amigos, la entrada a la disco, más los tragos que se consumen dentro del recinto, tenemos "un consumo básico, muy básico, de ocho mil pesos por noche", asegura Mario. Los 160 mil mensuales aumentan si consideramos la entrada ocasional al After Hour (cinco mil pesos), lugar que abre sus puertas a las 5:30 de la mañana, y donde se continúa el carrete hasta las ocho o nueve AM.

Rodrigo, estudiante de Literatura, explica que para él carretear consiste en compartir con amigos, en una instancia de debate y discusión. "Generalmente compramos vino, aunque no somos reventados. Si no hay plata, hacemos monedas entre todos y siempre salen para comprar más, es increíble".

Alexis, su amigo de carrete, señala que "cuando alcanza, vamos a un bar como La Pipa, El Rústico o El Pensionado". Estos lugares se encuentran en Santiago Centro, donde consumen un schop de cerveza que cuesta alrededor de 600 pesos. "Empecé a carretear a los catorce años, y ahí sí que no tenía nada de plata. Ahora, como tengo algo, igual me pego mi antojo", señala Rodrigo. Como estudiante, él saca la plata para carretear de la mesada que le dan sus padres.

Andrea (quien no quiso dar su verdadero nombre), estudiante de Antropología, reconoce ahorrar en todo con tal de tener plata para carretear: "en ropa, libros, fotocopias y hasta en comida". Sus carretes consisten en juntarse en una casa y comprar copete, o en irse con amigos a la playa. Ella confiesa que además del alcohol y los cigarrillos consume marihuana, generalmente en la universidad -"un pito sale como luca", cuenta- y cocaína en fiestas del fin de semana. "Un mote te sale unas cinco lucas, aunque puedes encontrar de diez mil. Ahora, eso igual es poco, pero alcanza para una noche".

El carrete ABC1

Carlalí, estudiante de Periodismo, cuenta orgullosa que ella misma costea todos sus gastos, incluyendo el carrete. Desde hace dos años es promotora de fiestas en los sectores de San Damián, Vitacura y Lo Barnechea, en discos como la Skuba, la Scratch, la Costa Cuervo o el Café Vallarta.

En las fiestas, Carlalí regala productos y es parte del grupo de animadores -"la idea es que seamos el alma de la fiesta", comenta- que promueve concursos entre los asistentes. "Por ejemplo la niña que imita mejor a Thalía se gana jockeys, poleras o relojes del auspiciador". Las empresas que promocionan en estas discotecas (cuyas entradas cuestan, en promedio, ocho mil pesos) son preferentemente del sector de la telefonía, como Entel, Smartcom, Telefónica, o bien bancos como el Edwards.

Actualmente, Carlalí trabaja cada vez menos en estas promociones. "Me cansa demasiado, porque en vez de diversión estas fiestas son un trabajo". Por noche de promoción, Carlalí recibe entre 20 mil y 30 mil pesos. "Igual es buena pega, en el sentido que ganas bien por poco tiempo de trabajo, cosa que es rara en Chile. Por eso, es complicado decir que no".

Es común ver estas promociones en las discotecas del sector alto, donde se concentra el poder adquisitivo. Este tipo de lugares está reforzado por los medios de comunicación, donde se sugiere la moda para usar en la noche, los lugares "in" donde ir y donde "todo está pasando". Es el caso de la red de locales "Entrenegros", en el barrio Suecia, el Café Vallarta en la Plaza San Enrique y otros, que se transforman en escenario de fiestas de famosos, futbolistas o cantantes y que se muestran en televisión y en las páginas sociales de las revistas de élite.

Las tácticas para incentivar a un joven para ir a una discoteque son varias. La principal consiste en tener promotores que bombardean a los transeúntes con folletos anunciando las bondades del local, entre las que se incluyen "música en vivo", "mujeres gratis hasta las 1 A.M", "entrada con derecho a cover" (anglicismo ampliamente usado que significa "trago"), etcétera.

Es el caso de barrios como Suecia y El Bosque. En este último sector, abundan las ofertas "Happy Hour" (Hora Feliz), donde se incentiva el consumo con dos tragos por el precio de uno. Nicolás, mesero del pub-restaurant "Bennigan´s", cuenta que "el Happy Hour ha tenido mucho éxito, incluso después de la hora llega gente preguntando si hay Happy Hour y si no, se van".

¿Y… qué hiciste el fin de semana?

Ésta es la pregunta obligada de todos los lunes al llegar al trabajo, al colegio o la universidad. La globalización ha impuesto la cultura de la imagen, de la rapidez y de la exaltación de la juventud. La idea es desplegar la energía juvenil en la fiesta, y en exceso.

No es exagerado plantear que desde el inicio de la década de los 90, el carrete en Santiago -y en menor medida en ciudades como Valparaíso y Puerto Montt- ha vivido un verdadero proceso de industrialización. Año a año, la oferta de lugares para salir se ha diversificado enormemente.

Junto con la vuelta a la democracia, y luego de 17 años de toque de queda, la vida nocturna de Santiago experimentó una apertura y un destape, que fueron influenciados por la proliferación, desde 1989, de recitales de grandes estrellas del rock, como Michael Jackson, David Bowie, Paul Mc Cartney, Peter Gabriel, Metallica y Sting, entre otros.

Poco a poco fueron apareciendo nuevos lugares de diversión nocturna. Al Barrio Bellavista y la Plaza Ñuñoa, se suman a principios de los noventa los barrios Suecia y El Bosque, la Plaza San Enrique y el Paseo San Damián. En 1993 se inaugura la discoteca Blondie, que llena un nuevo espacio para formas de expresión entre los jóvenes. Esta nueva ola de apertura también da lugar a revistas especializadas, como Extravaganza! y "Zona de Contacto", del diario El Mercurio, la que hasta el día de hoy dedica una página para promocionar las fiestas y recitales que tendrán lugar los días viernes y sábado.

Atrás quedaron ya los años del malón, fiesta de los años 60 donde los jóvenes llevaban diferentes víveres y tragos, junto a sus discos de vinilo, para reunirse en una casa desde las nueve de la noche hasta las dos de la mañana, como límite. Eduardo Santa Cruz, sociólogo y periodista, recuerda que en ese tiempo "uno iba a las fiestas a 'pinchar', es decir, a formar pareja. Uno llegaba muy temprano y después, siempre se iba a dejar a la niña a la casa".

Santa Cruz identifica hoy en día una avidez en el carrete, "un deseo de hartarse, lo que se vive como una catarsis". Además, el sociólogo cuenta que "uno se juntaba más a conversar, no a bailar en medio de la estridencia de hoy. Y si se tomaba, generalmente iba acompañado de comida".

El carrete y las tribus urbanas

Una primera lectura sobre el carrete es que éste es parte de la oferta de mercado que la cultura de masas ofrece a los jóvenes como consumidores. Pero otra lectura, que entrecruza a la primera, es que el carrete constituye a la cultura juvenil, es decir, es una actividad ritual a través de la cual los jóvenes buscan sentido, refuerzo e identidad.

Aunque algunos sectores de la sociedad chilena vean al carrete como una pérdida de tiempo y de derroches monetarios, lleno de peligros y de vicios para la juventud -como "Paz Ciudadana" y la iniciativa de algunos diputados de restringir los horarios de los locales nocturnos-, existe otra mirada que apunta a que el carrete es un espacio de construcción de identidades, de adquisición de habilidades y una manera de hacer sociedad desde la diversidad, la tolerancia, la responsabilidad y la democracia.

Christian Matus, antropólogo de la Universidad de Chile, es de los que piensa de esta manera. Matus es parte del proyecto "Noche Viva", al alero de la ACHNU (Asociación Chilena Pro Naciones Unidas) que apunta a dar información a los jóvenes sobre el uso de sustancias ilegales, de manera que tengan el derecho a elegir con responsabilidad.

Matus, quien elaboró su tesis sobre el carrete en Bellavista, explicó a The Moroso que el consumo en el carrete no se agota en comprar una entrada a la disco o en beber unos tragos, sino que pasa a ser una práctica cultural. Aquí aparece el concepto de "tribus urbanas", que son grupos que se articulan en torno a una estética determinada y que llenan los espacios de la ciudad. El carrete de estos jóvenes, además de ser una diversión, es ya un estilo de vida y su consumo pasa por comprar cierta ropa, escuchar cierta música (que también se consume por supuesto), ir a ciertos lugares (a un cine en particular), etc.

El carrete en la periferia

En los sectores periféricos la situación económica influye fuertemente en las actividades juveniles. En La Pintana, por ejemplo, no existe una gran variedad de bares o discos, dado que no es un sector donde a los jóvenes les sobre el dinero para salir. Por esto, según Matus, "en los sectores medios bajos, como San Miguel o La Cisterna, se da la cultura barrial, poblacional, que es cuando los jóvenes se apropian de los espacios públicos como las plazas, y carretean ahí".

En la periferia, el carrete es una actividad colectiva, "a diferencia de los jóvenes del sector alto, donde pasa por una satisfacción individual, aunque vayan en grupos", explica Matus. En estos lugares aparece, por ejemplo, la tribu urbana de los hip hop, que toma su nombre de un estilo de música basado en el rap y que tiene letras que denuncian la marginalidad. Otra tribu urbana son los punk, que usan ropa de cuero y peinados mohicanos de colores, que en este caso no se apropian de una plaza periférica, sino que "se van por ejemplo a la Plaza Italia, pues requieren de visibilidad para provocar", señala Matus.

Cada uno de estos grupos, ya sean hip hop, punks, breakers o skaters, consumen bienes culturales específicos de acuerdo a la pertenencia a dichos grupos. Por ejemplo, el "hiphopero" debe comprar sprays para hacer graffitis. O una niña alternativa-gótica va especialmente a la calle Bandera para comprar ropa usada. Pero Matus recalca que "no es que estos jóvenes rebusquen su consumo porque sí, sino que para ellos es parte de una forma de vida".

Sitios relacionados:

http://www.injuv.gob.cl
http://www.nocheviva.cl

Fotos: www.panoramas.cl