| Mario,
egresado de Diseño, reconoce gastar cerca del 50% de lo que
gana en carretear, es decir, unos 160 mil pesos mensuales. "Casi
todos los fines de semana salgo, el viernes y sábado, a discotecas,
como la Blondie, El Dorado en Suecia o Tantra en Bellavista".
En tanto estas fiestas "despegan" cerca de la una de la
mañana, Mario cuenta que hay que hacer hora antes de llegar.
"Nos juntamos en casa de algún amigo, tomamos algunos
copetes, y de ahí nos vamos".
Como vive en
El Arrayán, dice gastar bastante dinero en bencina, ya que
en su auto pasa a buscar a varios de sus acompañantes. En
resumen, si sumamos la bencina, el trago en casa de amigos, la entrada
a la disco, más los tragos que se consumen dentro del recinto,
tenemos "un consumo básico, muy básico, de ocho
mil pesos por noche", asegura Mario. Los 160 mil mensuales
aumentan si consideramos la entrada ocasional al After Hour (cinco
mil pesos), lugar que abre sus puertas a las 5:30 de la mañana,
y donde se continúa el carrete hasta las ocho o nueve AM.
Rodrigo, estudiante
de Literatura, explica que para él carretear consiste en
compartir con amigos, en una instancia de debate y discusión.
"Generalmente compramos vino, aunque no somos reventados. Si
no hay plata, hacemos monedas entre todos y siempre salen para comprar
más, es increíble".
Alexis, su amigo
de carrete, señala que "cuando alcanza, vamos a un bar
como La Pipa, El Rústico o El Pensionado". Estos lugares
se encuentran en Santiago Centro, donde consumen un schop de cerveza
que cuesta alrededor de 600 pesos. "Empecé a carretear
a los catorce años, y ahí sí que no tenía
nada de plata. Ahora, como tengo algo, igual me pego mi antojo",
señala Rodrigo. Como estudiante, él saca la plata
para carretear de la mesada que le dan sus padres.
Andrea (quien
no quiso dar su verdadero nombre), estudiante de Antropología,
reconoce ahorrar en todo con tal de tener plata para carretear:
"en ropa, libros, fotocopias y hasta en comida". Sus carretes
consisten en juntarse en una casa y comprar copete, o en irse con
amigos a la playa. Ella confiesa que además del alcohol y
los cigarrillos consume marihuana, generalmente en la universidad
-"un pito sale como luca", cuenta- y cocaína en
fiestas del fin de semana. "Un mote te sale unas cinco lucas,
aunque puedes encontrar de diez mil. Ahora, eso igual es poco, pero
alcanza para una noche".
El carrete
ABC1
Carlalí,
estudiante de Periodismo, cuenta orgullosa que ella misma costea
todos sus gastos, incluyendo el carrete. Desde hace dos años
es promotora de fiestas en los sectores de San Damián, Vitacura
y Lo Barnechea, en discos como la Skuba, la Scratch, la Costa Cuervo
o el Café Vallarta.
En las fiestas,
Carlalí regala productos y es parte del grupo de animadores
-"la idea es que seamos el alma de la fiesta", comenta-
que promueve concursos entre los asistentes. "Por ejemplo la
niña que imita mejor a Thalía se gana jockeys, poleras
o relojes del auspiciador". Las empresas que promocionan en
estas discotecas (cuyas entradas cuestan, en promedio, ocho mil
pesos) son preferentemente del sector de la telefonía, como
Entel, Smartcom, Telefónica, o bien bancos como el Edwards.
Actualmente,
Carlalí trabaja cada vez menos en estas promociones. "Me
cansa demasiado, porque en vez de diversión estas fiestas
son un trabajo". Por noche de promoción, Carlalí
recibe entre 20 mil y 30 mil pesos. "Igual es buena pega, en
el sentido que ganas bien por poco tiempo de trabajo, cosa que es
rara en Chile. Por eso, es complicado decir que no".
Es común
ver estas promociones en las discotecas del sector alto, donde se
concentra el poder adquisitivo. Este tipo de lugares está
reforzado por los medios de comunicación, donde se sugiere
la moda para usar en la noche, los lugares "in" donde
ir y donde "todo está pasando". Es el caso de la
red de locales "Entrenegros", en el barrio Suecia, el
Café Vallarta en la Plaza San Enrique y otros, que se transforman
en escenario de fiestas de famosos, futbolistas o cantantes y que
se muestran en televisión y en las páginas sociales
de las revistas de élite.
Las tácticas
para incentivar a un joven para ir a una discoteque son varias.
La principal consiste en tener promotores que bombardean a los transeúntes
con folletos anunciando las bondades del local, entre las que se
incluyen "música en vivo", "mujeres gratis
hasta las 1 A.M", "entrada con derecho a cover" (anglicismo
ampliamente usado que significa "trago"), etcétera.
Es el caso de
barrios como Suecia y El Bosque. En este último sector, abundan
las ofertas "Happy Hour" (Hora Feliz), donde se incentiva
el consumo con dos tragos por el precio de uno. Nicolás,
mesero del pub-restaurant "Bennigan´s", cuenta que
"el Happy Hour ha tenido mucho éxito, incluso después
de la hora llega gente preguntando si hay Happy Hour y si no, se
van".
¿Y
qué hiciste el fin de semana?
Ésta
es la pregunta obligada de todos los lunes al llegar al trabajo,
al colegio o la universidad. La globalización ha impuesto
la cultura de la imagen, de la rapidez y de la exaltación
de la juventud. La idea es desplegar la energía juvenil en
la fiesta, y en exceso.
No es exagerado
plantear que desde el inicio de la década de los 90, el carrete
en Santiago -y en menor medida en ciudades como Valparaíso
y Puerto Montt- ha vivido un verdadero proceso de industrialización.
Año a año, la oferta de lugares para salir se ha diversificado
enormemente.
Junto con la
vuelta a la democracia, y luego de 17 años de toque de queda,
la vida nocturna de Santiago experimentó una apertura y un
destape, que fueron influenciados por la proliferación, desde
1989, de recitales de grandes estrellas del rock, como Michael Jackson,
David Bowie, Paul Mc Cartney, Peter Gabriel, Metallica y Sting,
entre otros.
Poco a poco
fueron apareciendo nuevos lugares de diversión nocturna.
Al Barrio Bellavista y la Plaza Ñuñoa, se suman a
principios de los noventa los barrios Suecia y El Bosque, la Plaza
San Enrique y el Paseo San Damián. En 1993 se inaugura la
discoteca Blondie, que llena un nuevo espacio para formas de expresión
entre los jóvenes. Esta nueva ola de apertura también
da lugar a revistas especializadas, como Extravaganza! y "Zona
de Contacto", del diario El Mercurio, la que hasta el día
de hoy dedica una página para promocionar las fiestas y recitales
que tendrán lugar los días viernes y sábado.
Atrás
quedaron ya los años del malón, fiesta de los años
60 donde los jóvenes llevaban diferentes víveres y
tragos, junto a sus discos de vinilo, para reunirse en una casa
desde las nueve de la noche hasta las dos de la mañana, como
límite. Eduardo Santa Cruz, sociólogo y periodista,
recuerda que en ese tiempo "uno iba a las fiestas a 'pinchar',
es decir, a formar pareja. Uno llegaba muy temprano y después,
siempre se iba a dejar a la niña a la casa".
Santa Cruz identifica
hoy en día una avidez en el carrete, "un deseo de hartarse,
lo que se vive como una catarsis". Además, el sociólogo
cuenta que "uno se juntaba más a conversar, no a bailar
en medio de la estridencia de hoy. Y si se tomaba, generalmente
iba acompañado de comida".
El
carrete y las tribus urbanas
Una primera
lectura sobre el carrete es que éste es parte de la oferta
de mercado que la cultura de masas ofrece a los jóvenes como
consumidores. Pero otra lectura, que entrecruza a la primera, es
que el carrete constituye a la cultura juvenil, es decir, es una
actividad ritual a través de la cual los jóvenes buscan
sentido, refuerzo e identidad.
Aunque algunos
sectores de la sociedad chilena vean al carrete como una pérdida
de tiempo y de derroches monetarios, lleno de peligros y de vicios
para la juventud -como "Paz Ciudadana" y la iniciativa
de algunos diputados de restringir los horarios de los locales nocturnos-,
existe otra mirada que apunta a que el carrete es un espacio de
construcción de identidades, de adquisición de habilidades
y una manera de hacer sociedad desde la diversidad, la tolerancia,
la responsabilidad y la democracia.
Christian Matus,
antropólogo de la Universidad de Chile, es de los que piensa
de esta manera. Matus es parte del proyecto "Noche Viva",
al alero de la ACHNU (Asociación Chilena Pro Naciones Unidas)
que apunta a dar información a los jóvenes sobre el
uso de sustancias ilegales, de manera que tengan el derecho a elegir
con responsabilidad.
Matus, quien
elaboró su tesis sobre el carrete en Bellavista, explicó
a The Moroso que el consumo en el carrete no se agota en comprar
una entrada a la disco o en beber unos tragos, sino que pasa a ser
una práctica cultural. Aquí aparece el concepto de
"tribus urbanas", que son grupos que se articulan en torno
a una estética determinada y que llenan los espacios de la
ciudad. El carrete de estos jóvenes, además de ser
una diversión, es ya un estilo de vida y su consumo pasa
por comprar cierta ropa, escuchar cierta música (que también
se consume por supuesto), ir a ciertos lugares (a un cine en particular),
etc.
El carrete
en la periferia
En los sectores
periféricos la situación económica influye
fuertemente en las actividades juveniles. En La Pintana, por ejemplo,
no existe una gran variedad de bares o discos, dado que no es un
sector donde a los jóvenes les sobre el dinero para salir.
Por esto, según Matus, "en los sectores medios bajos,
como San Miguel o La Cisterna, se da la cultura barrial, poblacional,
que es cuando los jóvenes se apropian de los espacios públicos
como las plazas, y carretean ahí".
En la periferia,
el carrete es una actividad colectiva, "a diferencia de los
jóvenes del sector alto, donde pasa por una satisfacción
individual, aunque vayan en grupos", explica Matus. En estos
lugares aparece, por ejemplo, la tribu urbana de los hip hop, que
toma su nombre de un estilo de música basado en el rap y
que tiene letras que denuncian la marginalidad. Otra tribu urbana
son los punk, que usan ropa de cuero y peinados mohicanos de colores,
que en este caso no se apropian de una plaza periférica,
sino que "se van por ejemplo a la Plaza Italia, pues requieren
de visibilidad para provocar", señala Matus.
Cada uno de
estos grupos, ya sean hip hop, punks, breakers o skaters, consumen
bienes culturales específicos de acuerdo a la pertenencia
a dichos grupos. Por ejemplo, el "hiphopero" debe comprar
sprays para hacer graffitis. O una niña alternativa-gótica
va especialmente a la calle Bandera para comprar ropa usada. Pero
Matus recalca que "no es que estos jóvenes rebusquen
su consumo porque sí, sino que para ellos es parte de una
forma de vida".
Sitios relacionados:
http://www.injuv.gob.cl
http://www.nocheviva.cl
Fotos:
www.panoramas.cl
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