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Escándalos financieros mostraron la cara oculta del poder
La nueva herida en la confianza norteamericana

Oscuros episodios económicos marcaron los últimos meses en Estados Unidos. Aún no supera el drama de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y ahora debe soportar la deshonra de las propias transnacionales que cimientan su fortaleza.

por Mauricio Monroy
Estados Unidos gusta de ser el policía del mundo y de mostrarse como una nación ejemplar. Su poder económico y militar le basta para instalarse en cualquier escenario para demostrar quién dirige la orquesta. Si es bueno o malo, es una pregunta que no encaja en la mente de los hombres fuertes de Washington. Sin embargo, desde diciembre de 2001 los estadounidenses han debido mirar dentro de sus propias fronteras por una serie de vergonzosos escándalos financieros que han desestabilizado incluso a la propia economía norteamericana.

A un año de los atentados terroristas, la desconfianza y el temor parecen no sólo venir del exterior en forma de avión, también puede estar entre los mismos ciudadanos, quienes, ya sea por desesperación o por necesidad de éxitos, no tienen el menor reparo en cometer acciones ilícitas por montos que bien podrían erradicar el hambre en varios países africanos.

Los nombres de Enron y WorldCom, por nombrar algunos, no son entonces unos más en la larga y pesada cadena de "errores empresariales" (ver cuadro con los escándalos financieros). Es mucho más que eso. La dirección corporativa de Enron, por ejemplo, actuó con ligereza con sus deudas al confiar en métodos inusuales de contabilidad y construyo un castillo de naipes al realizar alianzas dudosas. No sólo miles de empleados perdieron su trabajo y los inversores millones de dólares (tanto los poderosos como los humildes), sino que otras tantas personas vieron cómo desaparecía lo que habían ahorrado para cuando se retiraran.

Lo que más perturba es cómo una compañía de servicio público, tan relacionada y admirada, pudo convencer a tantos líderes e inversores corporativos respetables, de que su sistema de contabilidad era adecuado y que los había asesorado debidamente acerca del valor de la corporación.

De esta manera no es de extrañar que aparezcan recelos sobre las reglamentaciones y los responsables por aplicarlas, y que se desconfie tanto de los principios de contabilidad como de los escépticos de Wall Street, cuyo supuesto fin es defender al público. Como lo hizo notar Allan Sloan de la revista Newsweek, en el caso de Enron los analistas no cumplieron su papel, los funcionarios gubernamentales responsables de aplicar las reglamentaciones no lo hicieron y el Consejo Directivo de la compañía no dirigió. Algunos vaticinan que se establecerán nuevas reglas para las pensiones, la contabilidad de las deudas y para determinar la integridad de una firma.

La pregunta es entonces: ¿Cuántas reglamentaciones se necesitan para que una compañía sea ética? ¿Acaso las reglas son suficientes para salvaguardar la confianza pública? O ¿es necesario que la reglamentación venga "desde adentro" para ser confiable en los corazones y en la conciencia de las personas que habitualmente buscan apoyarse en una sabiduría supuestamente más alta?

Sumado al problema de la confiabilidad, se halla igualmente en tela de juicio la capacidad de los mercados financieros para regular el sector productivo.

Estamos así ante una contradicción fundamental: por una parte la Bolsa domina al nuevo capitalismo y por la otra, ella misma resulta incapaz de guiar a las empresas hacia opciones susceptibles de asegurarles su desarrollo en el largo plazo.

La "disciplina del mercado" tampoco funciona. Los accionistas y sobre todo los fondos de inversión impulsan a las empresas a adaptarse a las normas financieras de corto plazo. Esto es lo que llevó a los dirigentes de Enron y WorlCom a trucar sus cuentas para mostrar a cualquier precio los resultados esperados. En cuanto a los demás actores del mercado financiero, que se supone controlan a las empresas, tampoco juegan su papel de contrapoder frente a los dirigentes de quienes son a menudo cómplices activos o pasivos.

Tal es el caso del gabinete de auditores (Andersen) o de las autoridades reguladoras (fundamentalmente las comisiones de operadores bursátiles), pero también los bancos de negocios, las agencias de facturación, los analistas financieros y los periodistas bursátiles. Resulta particularmente curioso constatar que el más emblemático fiasco económico y social se produjo en el sector de las telecomunicaciones al que los liberales querían convertir en un paradigma de la regulación del mercado.

En síntesis, el actual episodio nos confirma lo que ya la historia nos había enseñado: el capitalismo es incapaz de autorregularse y si es dejado a su propio arbitrio no puede sino generar grandes disfunciones en las que los asalariados y más ampliamente los pueblos del mundo corren con los gastos. En definitiva estos son los principales mecanismos del capitalismo accionario actualmente en tela de juicio. Su principal objetivo parece ser la dramática apropiación de las empresas y más globalmente de la economía, por el mercado financiero.

Como vía de salida se vislumbran , a lo menos, dos posibles reformas que se requieren para el cambio. Es necesario en primer término orientarse hacia una nueva concepción empresarial en que una compañía sea considerada no ya un "objeto" perteneciente a los accionistas sino como una "comunidad de intereses" cuya finalidad no sea buscar beneficios sino crear empleos y riqueza. Es preciso, por lo tanto, terminar con una idea de la gestión enteramente dirigida a "crear valores accionarios". Ello implica una refundación del marco jurídico actual que reconozca los derechos de todos los que participan en la empresa, y entre ellos los primeros deben ser los asalariados.

Estos constituyen la actual fuente económica fundamental basada en el conocimiento y deben serles reconocidos sus nuevos derechos, poniendo límites a los vinculados a la propiedad del capital y otorgándole poder obligatorio a un código laboral que actúe por sobre las estrategias de los accionistas.

La segunda serie de reformas debe abordar la excesiva falta de regulación financiera para limitar la actividad de las corporaciones, fortaleciendo el control del Estado (manteniendo especialmente un fuerte sector público) de sus autoridades y estableciendo instancias de control público eficientes.

A la luz de los escándalos de las empresas, no extraña que la economía norteamericana no logre recuperar los índices de crecimiento que mantuvo en la década de los años 90. Si la mente vuela de forma fácil, tampoco extrañan los esfuerzos del presidente George W. Bush por conseguir el apoyo para atacar Irak.

Como en otras ocasiones, desviando la atención interna de la mano de los poderosos tanques y los letales aviones, se intenta recuperar una confianza que, al interior del país, ya lleva un año deteriorada.

ESCANDALOS FINANCIEROS EN EE.UU

WORLDCOM: El segundo mayor consorcio estadounidense de servicios telefónicos después de AT&T, convirtió pérdidas del 2001 en ganancias mediante manipulaciones contables por 3.850 millones de dólares. El fraude lo reveló en junio el propio nuevo jefe del consorcio, John Sidgmore.

ENRON: El mayor distribuidor de energía del mundo, ocultó durante años deudas millonarias con empresas asociadas. Quebró en diciembre de 2001. Enron, la séptima mayor empresa de Estados Unidos, tiene una deuda de más de 30.000 millones de dólares.

GLOBAL CROSSING: Incrementó artificialmente su cifra de negocios mediante el intercambio de capacidad con otras empresas telefónicas.

IMCLONE: El ex-jefe de esta empresa biotecnológica, Samuel Waksal, fue arrestado en junio por sospecha de transacciones con información privilegiada. Se le acusó de vender acciones de la empresa poco antes de anunciar oficialmente que el medicamento anticáncer ImClone no sería autorizado. Tras el anuncio, las acciones bajaron verticalmente.

XEROX: Este especialista en fotocopiadoras habría inflado sus balances por 6.000 millones de dólares ente 1997 y 2001, se supo el pasado mes de junio. Eran ingresos contables retrasados por acuerdos de leasing a largo plazo.

ADELPHIA: Gigante de la televisión por cable, se declaró en quiebra tras conocerse que había dado garantías crediticias por 3.100 millones de dólares en favor de miembros de la familia del jefe del consorcio, John Rigas. Este renunció tras 50 años a la cabeza de Adelphia.

MERCK: Consorcio farmacéutico norteamericano acusado de haber incluido en sus libros, en los últimos tres años, ingresos por 12.400 millones de dólares de su subsidiaria Medco como cifra de negocios. Dineros que jamás recibió.


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