| Estados
Unidos gusta de ser el policía del mundo y de mostrarse como
una nación ejemplar. Su poder económico y militar le
basta para instalarse en cualquier escenario para demostrar quién
dirige la orquesta. Si es bueno o malo, es una pregunta que no encaja
en la mente de los hombres fuertes de Washington. Sin embargo, desde
diciembre de 2001 los estadounidenses han debido mirar dentro de sus
propias fronteras por una serie de vergonzosos escándalos financieros
que han desestabilizado incluso a la propia economía norteamericana.
A un año
de los atentados terroristas, la desconfianza y el temor parecen
no sólo venir del exterior en forma de avión, también
puede estar entre los mismos ciudadanos, quienes, ya sea por desesperación
o por necesidad de éxitos, no tienen el menor reparo en cometer
acciones ilícitas por montos que bien podrían erradicar
el hambre en varios países africanos.
Los nombres
de Enron y WorldCom, por nombrar algunos, no son entonces unos más
en la larga y pesada cadena de "errores empresariales"
(ver cuadro con los escándalos financieros). Es mucho más
que eso. La dirección corporativa de Enron, por ejemplo,
actuó con ligereza con sus deudas al confiar en métodos
inusuales de contabilidad y construyo un castillo de naipes al realizar
alianzas dudosas. No sólo miles de empleados perdieron su
trabajo y los inversores millones de dólares (tanto los poderosos
como los humildes), sino que otras tantas personas vieron cómo
desaparecía lo que habían ahorrado para cuando se
retiraran.
Lo que más
perturba es cómo una compañía de servicio público,
tan relacionada y admirada, pudo convencer a tantos líderes
e inversores corporativos respetables, de que su sistema de contabilidad
era adecuado y que los había asesorado debidamente acerca
del valor de la corporación.
De
esta manera no es de extrañar que aparezcan recelos sobre
las reglamentaciones y los responsables por aplicarlas, y que se
desconfie tanto de los principios de contabilidad como de los escépticos
de Wall Street, cuyo supuesto fin es defender al público.
Como lo hizo notar Allan Sloan de la revista Newsweek, en el caso
de Enron los analistas no cumplieron su papel, los funcionarios
gubernamentales responsables de aplicar las reglamentaciones no
lo hicieron y el Consejo Directivo de la compañía
no dirigió. Algunos vaticinan que se establecerán
nuevas reglas para las pensiones, la contabilidad de las deudas
y para determinar la integridad de una firma.
La pregunta
es entonces: ¿Cuántas reglamentaciones se necesitan
para que una compañía sea ética? ¿Acaso
las reglas son suficientes para salvaguardar la confianza pública?
O ¿es necesario que la reglamentación venga "desde
adentro" para ser confiable en los corazones y en la conciencia
de las personas que habitualmente buscan apoyarse en una sabiduría
supuestamente más alta?
Sumado al problema
de la confiabilidad, se halla igualmente en tela de juicio la capacidad
de los mercados financieros para regular el sector productivo.
Estamos así
ante una contradicción fundamental: por una parte la Bolsa
domina al nuevo capitalismo y por la otra, ella misma resulta incapaz
de guiar a las empresas hacia opciones susceptibles de asegurarles
su desarrollo en el largo plazo.
La "disciplina del mercado" tampoco funciona. Los accionistas
y sobre todo los fondos de inversión impulsan a las empresas
a adaptarse a las normas financieras de corto plazo. Esto es lo
que llevó a los dirigentes de Enron y WorlCom a trucar sus
cuentas para mostrar a cualquier precio los resultados esperados.
En cuanto a los demás actores del mercado financiero, que
se supone controlan a las empresas, tampoco juegan su papel de contrapoder
frente a los dirigentes de quienes son a menudo cómplices
activos o pasivos.
Tal es el caso
del gabinete de auditores (Andersen) o de las autoridades reguladoras
(fundamentalmente las comisiones de operadores bursátiles),
pero también los bancos de negocios, las agencias de facturación,
los analistas financieros y los periodistas bursátiles. Resulta
particularmente curioso constatar que el más emblemático
fiasco económico y social se produjo en el sector de las
telecomunicaciones al que los liberales querían convertir
en un paradigma de la regulación del mercado.
En síntesis,
el actual episodio nos confirma lo que ya la historia nos había
enseñado: el capitalismo es incapaz de autorregularse y si
es dejado a su propio arbitrio no puede sino generar grandes disfunciones
en las que los asalariados y más ampliamente los pueblos
del mundo corren con los gastos. En definitiva estos son los principales
mecanismos del capitalismo accionario actualmente en tela de juicio.
Su principal objetivo parece ser la dramática apropiación
de las empresas y más globalmente de la economía,
por el mercado financiero.
Como
vía de salida se vislumbran , a lo menos, dos posibles reformas
que se requieren para el cambio. Es necesario en primer término
orientarse hacia una nueva concepción empresarial en que
una compañía sea considerada no ya un "objeto"
perteneciente a los accionistas sino como una "comunidad de
intereses" cuya finalidad no sea buscar beneficios sino crear
empleos y riqueza. Es preciso, por lo tanto, terminar con una idea
de la gestión enteramente dirigida a "crear valores
accionarios". Ello implica una refundación del marco
jurídico actual que reconozca los derechos de todos los que
participan en la empresa, y entre ellos los primeros deben ser los
asalariados.
Estos constituyen
la actual fuente económica fundamental basada en el conocimiento
y deben serles reconocidos sus nuevos derechos, poniendo límites
a los vinculados a la propiedad del capital y otorgándole
poder obligatorio a un código laboral que actúe por
sobre las estrategias de los accionistas.
La segunda serie
de reformas debe abordar la excesiva falta de regulación
financiera para limitar la actividad de las corporaciones, fortaleciendo
el control del Estado (manteniendo especialmente un fuerte sector
público) de sus autoridades y estableciendo instancias de
control público eficientes.
A la luz de
los escándalos de las empresas, no extraña que la
economía norteamericana no logre recuperar los índices
de crecimiento que mantuvo en la década de los años
90. Si la mente vuela de forma fácil, tampoco extrañan
los esfuerzos del presidente George W. Bush por conseguir el apoyo
para atacar Irak.
Como en otras
ocasiones, desviando la atención interna de la mano de los
poderosos tanques y los letales aviones, se intenta recuperar una
confianza que, al interior del país, ya lleva un año
deteriorada.
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ESCANDALOS
FINANCIEROS EN EE.UU
WORLDCOM:
El segundo mayor consorcio estadounidense de servicios telefónicos
después de AT&T, convirtió pérdidas
del 2001 en ganancias mediante manipulaciones contables por
3.850 millones de dólares. El fraude lo reveló
en junio el propio nuevo jefe del consorcio, John Sidgmore.
ENRON:
El mayor distribuidor de energía del mundo, ocultó
durante años deudas millonarias con empresas asociadas.
Quebró en diciembre de 2001. Enron, la séptima
mayor empresa de Estados Unidos, tiene una deuda de más
de 30.000 millones de dólares.
GLOBAL
CROSSING: Incrementó artificialmente su cifra de
negocios mediante el intercambio de capacidad con otras empresas
telefónicas.
IMCLONE:
El ex-jefe de esta empresa biotecnológica, Samuel
Waksal, fue arrestado en junio por sospecha de transacciones
con información privilegiada. Se le acusó de
vender acciones de la empresa poco antes de anunciar oficialmente
que el medicamento anticáncer ImClone no sería
autorizado. Tras el anuncio, las acciones bajaron verticalmente.
XEROX:
Este especialista en fotocopiadoras habría inflado
sus balances por 6.000 millones de dólares ente 1997
y 2001, se supo el pasado mes de junio. Eran ingresos contables
retrasados por acuerdos de leasing a largo plazo.
ADELPHIA:
Gigante de la televisión por cable, se declaró
en quiebra tras conocerse que había dado garantías
crediticias por 3.100 millones de dólares en favor
de miembros de la familia del jefe del consorcio, John Rigas.
Este renunció tras 50 años a la cabeza de Adelphia.
MERCK:
Consorcio farmacéutico norteamericano acusado de
haber incluido en sus libros, en los últimos tres años,
ingresos por 12.400 millones de dólares de su subsidiaria
Medco como cifra de negocios. Dineros que jamás recibió.
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Sitios relacionados:
http://labrechadigital.org
http://www.subtel.cl
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